La edad del pavo es una etapa desconcertante tanto para padres como hijos, marcada por cambios bruscos en lo biológico, psicológico y social del adolescente que generan desconcierto. Los padres deben mantener la comunicación abierta, ser flexibles en lo accesorio pero firmes en lo fundamental, y acompañar a sus hijos en este proceso de emancipación con paciencia y comprensión.
1. Una etapa desconcertante para padres e hijos
Educar es asistir activamente a un proceso de emancipación. Mal que nos pese, tenemos
hijos para que se vayan de casa. Y en ese proceso evolutivo en el que van adquiriendo sus
parcelas de autonomía se van produciendo rupturas respecto a los padres.
La edad del pavo es frecuentemente el momento en que ese choque
generacional es más espectacular y, en ocasiones, más difícil de comprender para los padres
y más dolorosa para los adolescentes.
Partamos de lo obvio: los hijos no vienen con libro de instrucciones, y cada uno es un ser
único e irrepetible que, para ser comprendido, requiere de sus padres y hermanos mucha
paciencia, capacidad de escucha y dotes de observación.
El ser humano tiene una triple dimensión: biológica, psicológica y social. Y en el
adolescente se producen repentinamente cambios en las tres dimensiones, lo que causa el
desconcierto del propio joven y de su familia. Aunque la transición de la niñez a la edad
adulta pueda durar muchos años, la edad del pavo suele venir acompañada de un cambio de
carácter, a veces profundo.
Comienza el adolescente percibiendo una apariencia física diferente: los rasgos infantiles
dejan paso a un cierto desgarbo y desproporción en las formas corporales, surge el vello, la
maduración de las gónadas sexuales da lugar a las primeras menstruaciones en las chicas y
a las primeras eyaculaciones en los chicos. De pronto, los niños se topan con un cuerpo
extraño y deben acomodarse a la nueva circunstancia: se ven "metidos" en una anatomía
casi adulta que les resulta ajena y les inquieta sobremanera.
El cuerpo se convierte en algo nuevo, que debe ser minuciosa y constantemente observado:
las sesiones de espejo se hacen interminables, cualquier cambio -espinillas, vello, cambio
de voz en los chicos, la menstruación y el crecimiento de los senos en las chicas- se
convierte en un contratiempo y comienzan las reflexiones y, a veces, los incesantes
cuidados corporales para aceptarse uno mismo y para ser bien visto por los demás.
En esta edad, distinguirse de los demás no es normalmente un objetivo. La mayoría de los
adolescentes, en esta fase de la edad del pavo, se muestran rebeldes a las consignas pero
obedecen sumisamente los dictados de la moda juvenil más convencional.
2. Con el sexo hemos topado
Con la maduración sexual, surge la atracción por el otro sexo. Es un momento que se vive
muy atribuladamente y se percibe como un descubrimiento espectacular. Con la evolución
de las costumbres, se han modificado las conductas adolescentes respecto al sexo. Ahora,
ellas también toman la iniciativa. Los modos y estrategias de seducción son más abiertos y
directos, y se activan tanto por los chicos como por las chicas. Este descubrimiento de la
sexualidad conduce a la exploración del placer que produce practicarla, a solas o en
compañía.
Hoy, pocos adolescentes ven el sexo como algo perverso o pecaminoso. Se esconden casi lo
mismo que lo hacían sus mayores, pero no temen tanto la práctica del sexo. Para los padres,
la actividad sexual de sus hijos adolescentes es, ante todo, un problema: de conciencia
moral ("pero si son tan jóvenes que..."), de estilo ("en nuestra época, el sexo era una cosa
más romántica, más elegante...") y, fundamentalmente, de riesgo ("mira que si la dejas
embarazada" o "si te quedas encinta, qué harías con un niño a los 17 años"). Pero para
muchos adolescentes, el sexo es una aventura apasionante por la que merece la pena asumir
ciertos riesgos. Esta manera tan divergente de vivir la sexualidad frena la implantación de
una educación sexual eficaz para los niños. Prohibir drásticamente o anatematizar las
relaciones sexuales propicia que las realicen con conciencia de culpa, que no soliciten la
información necesaria y que corran riesgos perfectamente evitables, como las enfermedades
contagiosas y el embarazo no deseado.
Tanto educadores como padres debemos proporcionar a los adolescentes informaciones
claras y completas, primando, en su caso, la recomendación de un sexo consciente,
responsable, seguro y placentero. La edad del pavo es una fase en que, por otra parte, los
jóvenes necesitan comprobar las posibilidades y habilidades de lo que perciben como nuevo
continente físico, su propio cuerpo. Por ello, la práctica de deportes es particularmente
aconsejable en esta edad.
Qué pasa en esa cabecita
En el adolescente, la procesión va por dentro: su psique, sus emociones, son un hervidero
de problemas, inseguridad, dudas y contradicciones. No sabe quién es ni lo que quiere, se
ve inestable en sus propósitos. Y, en sus conductas visibles, reacciona de una forma
sorprendente: se muestra cabezota, obstinado en las discusiones, lleva la contraria casi por
sistema, habla poco y cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a gritos, como
quien está seguro de todo y acaba de descubrir la verdad de las cosas. Discute sólo para
ganar, para hallar en la lucha dialéctica esa firmeza de la que carece.
Necesita "matar al padre", derrocar la autoridad. Por eso es contestara, rebelde sin causa.
Pero cree que sólo esa ruptura traumática le va a conducir a la emancipación. Con esa
oposición sistemática están reivindicando ante los adultos el "yo no soy tú". Necesitan ser
autónomos y que se les reconozca como independiente en algunas cuestiones. Pero a la vez,
y esto azora a los padres, es frecuente que no se muestren responsables para lidiar con sus
3. estudios, ordenar su habitación o racionalizar sus gastos personales. La batalla está
asegurada.
Los padres les espetan "si quieres hacer tu vida y ser independiente que sea para todo: para
estudiar y para organizarte mejor" y ellos responden con un lacónico y polivalente "el único
problema es que no me comprendes". Los adultos también hemos sido adolescentes, pero
nunca hemos tenido la edad de nuestros hijos. Hace 30 años vivíamos en una dictadura, no
había más que una TV, no existían los ordenadores ni Internet, en la escuela las clases no
eran mixtas, se pensaba que la masturbación era pecado, las familias de dos y tres hijos eran
lo normal, los jóvenes despertaban al sexo en la veintena y no había preservativos ni
educación sexual alguna, el trabajo abundaba, el rock era cosa de desquiciados, casi nadie
viajaba en vacaciones y sólo iban a la Universidad unos pocos elegidos. Cualquier parecido
con la realidad actual es pura coincidencia. Partamos de ello, y estaremos más capacitados
para entender el mundo interior de los adolescentes, y más motivados para observarles con
atención y escucharles con paciencia, cercanía y cariño. Ahora bien, aunque podamos ceder
en cosas para ellos importantes (apariencia externa, gustos musicales y aficiones,
amistades, horarios en días festivos...) hemos de mostrarnos firmes en lo fundamental:
respeto a padres y hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y hogareños, salud
y seguridad personal ... Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan una
referencia, unas certidumbres que alivien su estado de duda y les sirvan de orientación.
Cuando se educa a un adolescente, hay que hacerlo a largo plazo. Si hemos mantenido en
esta etapa una actitud de escucha y comunicación, combinando el afecto con las
concesiones y la firmeza, es muy probable que vuelvan a la normalidad de la vida familiar.
Porque, desde esa serenidad adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro que es.
Flexibilidad e inteligencia El tirón que cada adolescente experimenta para no perderse el
estado de ebullición mental y física que su edad y cambios físicos le generan es tan fuerte
que los adultos poco pueden hacer, más allá de recabar información sobre sus hábitos. Y la
influencia del medio social está tan llena de riesgos que los padres pueden adoptar
posiciones extremas: prohibición total, protección excesiva, obsesión por saber todo lo que
hace el hijo o hija... La flexibilidad es la actitud más inteligente: no discutamos por las
cuestiones menores, pero defendamos una posición firme, aunque siempre razonada, sobre
ciertos hábitos que atentan contra la salud, la seguridad o el ritmo de algunas diversiones
que impiden que cumpla con los estudios o se alimente y descanse correctamente. Nos
resulta difícil comprender por qué van en masa, bailan al mismo ritmo, visten igual y
escuchan la misma música. Pero es su seno social, que sienten como protector de su
inseguridad. Ahí están a gusto. Se defienden frente a un mundo adulto que consideran
agresor. Y en ese útero de masas van incubando su proceso de emancipación. En períodos
posteriores, dejarán de necesitar a la masa protectora e irán por libre. Esperémosles con las
puertas abiertas, pero sin perder el hilo de por dónde y cómo se va tejiendo ese proceso de
construcción personal. Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad del pavo
4. Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad del pavo
Hay algunas manifestaciones típicas de esta edad que preocupan a los padres: el fracaso
escolar, el inicio en el consumo de alcohol y drogas, las conductas marginales, ese
aislamiento de todo y de todos que puede exigir la intervención de un psicólogo... Lo cierto
es que cada adolescente es todo un mundo que hemos de conocer, y podemos ayudar a
nuestro hijo en esta etapa si actuamos como sigue:
Mantenernos bien informados de cómo evolucionan sus sentimientos y emociones,
su cuerpo y sus relaciones sociales
Permanecer abiertos a la comunicación con él o ella, en cualquier circunstancia
Descubrir qué les agrada. Escucharles con paciencia e interés.
Facilitar su emancipación, cediéndoles paulatinamente cotas de libertad y de
responsabilidad.
Mostrarnos flexibles en lo que entendamos accesorio, y firmes en lo fundamental.
Sepamos, en términos educativos, esperar (mirando a medio plazo) y procuremos,
siempre, ponernos en el pellejo de nuestro hijo. Para ello, debemos conocerle y
respetarle mucho.
Fuente: Revista Eroski Consumer
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